Ópera Mundo, la búsqueda de un arte total

Viaje al mundo de la ópera para descubrir los encuentros entre las artes visuales y el género lírico desde principios del siglo XX hasta nuestros días.

Desde hace décadas, la ópera cataliza el interés de creadores de todos los orígenes, gracias a la fuerza expresiva que transmite y a su facultad de reunir todas las disciplinas. Natalia Gontcharova, David Hockney, Roland Topor, James Turrell, Bill Viola, Anselm Kiefer, Berlinde De Bruyckere, Nina Childress o, más recientemente, Clément Cogitore han sentido un interés pasional por la escena lírica, que da lugar tanto a creaciones notables como a experiencias estéticas novedosas.

«Ópera Mundo, la búsqueda de un arte total» vuelve a las grandes etapas de estos fructíferos encuentros planteando un viaje singular por el universo del arte lírico. A lo largo de un rico recorrido sonoro, la exposición destaca cómo, desde Richard Wagner y su famoso concepto de obra de arte total hasta nuestros días, esta forma multidisciplinar ha sabido traspasar unos límites a veces rígidos para transformarse en un espacio utópico y en un «instrumento productor de libertad», como expresó el compositor francés Pascal Dusapin.

Exponer hoy la ópera tiene más de un sentido. Se acabó el mito de la «última ópera». Pese a que las palabras «hay que volar las óperas» que pronunciara Pierre Boulez en 1967 parecían caer como un veredicto definitivo, lo cierto es que el género nos ha ofrecido importantes realizaciones a lo largo del siglo XX. La ópera como lugar de espectáculo permite explorar desde una nueva perspectiva una teatralidad que inerva cada vez más el campo del arte contemporáneo. A través de su arquitectura, imaginada por la escenógrafa Magorzata Szczniak, colaboradora del director de escena Krzysztof Warlikowski, «Ópera Mundo» plantea la cuestión de la propia capacidad de una exposición, si no para restituir, al menos para evocar el poder sensorial de esta magistral forma de espectáculo en directo.

Desde las experiencias escénicas de las primeras vanguardias, como La mano bendecida (1910-1913) de Arnold Schönberg, hasta las partituras largo tiempo incorporadas al programa de grandes salas como San Francisco de Asís (1983) de Olivier Messiaen, pasando por formas más experimentales como Einstein en la playa (1976) de Philip Glass y Bob Wilson, «Ópera Mundo» esboza una cartografía diferente de la interdisciplinaridad. Se exponen también algunos grandes clásicos, como la interpretación de La Flauta Mágica de William Kentridge, o Norma en la escenografía y la puesta en escena de Kara Walker, mostrando cómo, cuando se maneja con audacia, el repertorio se transmuta en vector de compromiso político. Al tornarse en una plataforma de intercambio y diálogo de las culturas, tal como refleja el Village Opera de Christoph Schlingensief de Burkina Faso, que incluye un teatro, un centro de salud y una escuela en el mismo edificio, la ópera va in crescendo y se erige en espejo del mundo.